Hace ya tiempo que ando amontonando recuerdos. La destreza de mis lóbulos temporales en ordenar nunca siguió los preceptos de la lógica; simplemente guardan, sin más. Ha sido hoy que a modo de jefe malcarado les he ordenado a mis recuerdos que «encuentren de una maldita vez una forma racional de ubicarse de tal manera que no tengamos que perder horas y horas en buscar archivos perdidos cada vez que son necesarios». Es por ello que he buscado un curioso liquido, a modo de formol, para sumergirlos y guardarlos protegidos de la inexorable oxidación de los tiempos: al vino le encomiendo esa tarea. Puede un vino emocionar? Rotundamente, No! Sólo tu puedes emocionarte. Nada es la luz de tu emoción,…